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Cortesía de Norda la Kéndera

sábado, 16 de enero de 2010

Capítulo 20: La empatía. Las sensaciones


Aquí tienes el capítulo 20 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Texto:

Si en general resulta dificultoso explicar con claridad y concreción cualquier idea abstracta, aún más peliagudo es expresar las sensaciones, emociones y sentimientos. En la vida real tendemos a confundir estos elementos y, por tanto, también en la escritura. Además de la dificultad que existe en aislarlos, tampoco es fácil expresarlos con palabras. Y sin embargo es algo que está a la orden del día: constantemente estamos recibiendo impulsos de los sentidos, y sintiéndonos alegres o tristes, queridos u odiados. ¿Por qué nos será tan difícil describir estos componentes cotidianos?

En primer lugar, desde pequeñitos nos han acostumbrado a ocultar el dolor, la alegría o el odio, hasta el extremo de hacernos olvidar su existencia. Por otra parte, esta materia toca nuestra fibra más sensible, con lo que nos resulta complicado tratarla con serenidad, objetivamente, y eso nos hace rehuirla. Por último, los sentimientos suelen ser bastante contradictorios, no se adhieren a la lógica que normalmente usamos para dirigir nuestras acciones, y por eso muchas veces no podemos ni acceder a ellos. Por ejemplo, a un sentimiento no le podemos preguntar «¿Por qué?»; lo máximo que podemos hacer es intentar concretarlo, aislarlo y expresarlo lo más claramente posible.

Para ello, vamos a desgranar los elementos que he mencionado más arriba (sensaciones, emociones y sentimientos):

SENSACIONES:

(Sensación: 1. Impresión producida en los sentidos por un estímulo exterior o interior. 2. Percepción mental de un hecho, con independencia de las impresiones sensoriales.)

La sensación tiene que ver, en la primera de sus acepciones, con los sentidos: la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído, tan presentes en nuestra vida cotidiana que a veces los escritores los olvidan, como si se dieran por hecho. Pero nada que no esté en el texto, aunque sea de manera elíptica o alusiva, se da por supuesto en un escrito. El sentido de la vista es el que más se utiliza a la hora de escribir, claro; es para el que está más preparado el lenguaje y nuestro vocabulario y, además, es difícil mantenernos ciegos.

Es más sencillo, sin embargos, mantenernos sordos o mudos, o insensibles a los olores y al tacto. Y, sin embargo, la expresión de estas sensaciones dotarán al texto de una humanidad que difícilmente se puede alcanzar con la explicación más detallada. Si introducimos en un escrito música, estrépitos o ruidos en el patio interior, texturas y roces, sabores, olor a gasolina o a alcanfor... estaremos creando atmósfera, pero también conseguiremos un cierto grado de empatía por parte del lector.

El gran ausente en la literatura suele ser, sobre todo, el olfato, debido posiblemente a la dificultad de expresar los olores con palabras. A nauseabundo, pestilente, hediondo, aromático y algunos adjetivos más se reduce el reino de lo olfativo, y ciertamente los que hay dicen bien poco del olor en cuestión. Es un sentido inválido, y para expresarlo tenemos que acudir a las asociaciones de ideas o pedir ayuda a los otros sentidos, como quien se apoya en muletas.

No obstante, recordad que los olores tienen una capacidad de evocación intensa y duradera, no sólo en quien escribe sino también en el lector. Un olor bien situado en un texto vale por cien imágenes.

Capítulo 19: La voz. La expresividad


Aquí tienes el capítulo 19 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Texto:

Otro recurso que va a permitir ajustar la voz del narrador va a ser la expresividad, que implicará la proximidad afectiva y el grado de adecuación del narrador con respecto a los personajes. En este sentido, la voz del narrador podrá ser cálida o fría, anhelante, acariciadora, tierna, distante, amenazadora o permisiva, despreciativa...

Igual que ocurre con el tono o el volumen, la expresividad de la voz del narrador va a aportar, combinada con el contenido de la historia, diversos visos de sentido a los personajes y, por tanto, influirá en la aproximación del lector hacia ellos. La policromía y la rica plasticidad que adquiere un texto por medio de este recurso bien utilizado es algo que muchos novelistas, encerrados en una neutralidad expresiva carente de matices, deberían tener en cuenta.

Tono, volumen y expresividad: tres herramientas muy útiles para modular la voz del narrador, cuyo dominio llevará a una perfecta adaptación del discurso a su contenido.

Propuesta de trabajo (modular la voz).- Concéntrate en tu estado anímico actual y, cuando tengas claro cuál es, escríbele una carta a un amigo. Cuéntale lo que te ocurre sin usar una sola palabra abstracta (pena, alegría, tristeza, desazón, melancolía...), es decir, por medio de acciones y expresiones concretas, usando los recursos que se han dado en esta lección para teñir el discurso del estado de ánimo del que partiste.

Capítulo 18: La voz. El tono


Aquí tienes el capítulo 18 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Texto:

Igual que en la vida diaria el tono que utiliza una persona para hablar a su interlocutor da un significado u otro a lo que dice, también el tono del narrador aportará parte del sentido a la historia.

El tono puede ser más grave o más agudo. Cuanto más grave sea, tanto más serio y profundo sonará lo narrado, mientras que la subida de los agudos imprimirá notas ascendentes de desenfado al texto.

Dependiendo del suceso concreto que se esté contando, el tono puede variar dentro de un mismo texto: no es lo mismo narrar un suicidio que una charla distendida entre amigos. Sin embargo, hay que tener cuidado con estas variaciones, ya que si son muy exageradas o repentinas, dará la impresión de que la voz del narrador ha cambiado, y que es otra persona -otra voz-, de pronto, la que nos habla.

El tono del narrador influirá tanto en la percepción de la historia como en la de los personajes, y a la vez se verá influido por ellos. Para ejemplificarlo, vamos a detenernos en nuestras tres obras modelo.

El volumen.- Regular el volumen de la voz del narrador es otra cuestión importante. En principio, a nadie le gusta que le griten. Valga como norma, pues, que la voz del narrador debe permanecer en un volumen medio: ni muy alta, ni muy baja. Sin embargo, como todos los recursos que estamos viendo, su modulación aportará a la historia matices significativos, con lo cual el narrador podrá alzar o bajar la voz cuando la historia lo justifique. Pero sólo en esas ocasiones.

Pongamos un ejemplo de voz injustificadamente chillona:

Así yo veía en aquellos días como motivo absoluto de una estrofa las adelfas cargadas de suicidios en los parques abochornados por la sombra soberbia de los rascacielos, la venustidad extravagantemente erótica de los escaparates, las barandillas de oxidado metal renegrecido de las escaleras de emergencia de aquellos viejos edificios del Bronx. (¡Qué bella decadencia en sus paredes delineadas como murales vivientes por las manchas de humedad y por los fanáticos grafitis!).

Como se puede ver, no sólo con exclamaciones se puede alzar la voz, sino también por medio de la combinación de sustantivos y adjetivos. En este caso, lo que se nos está contando no merece gritos, así que se le agradecería al narrador que bajara el volumen. Por otra parte, si el volumen permanece muy alto a lo largo de todo el discurso, el narrador no podrá subirlo cuando realmente se necesite, es decir, en las escenas de verdadera relevancia que requieran un grito de aviso al lector («¡Cuidado! El perro está suelto»). Asimismo, el narrador puede bajar el volumen en aquellas partes -siempre necesarias en una novela- de puro trámite que no precisen una atención especial del lector; por ejemplo, mientras el protagonista baja las escaleras, sale a la calle y toma un taxi para dirigirse a una comida a la que está invitado, y en la que sí sucederán cosas dignas de una subida del volumen.

Capítulo 17: La voz en la escritura


Aquí tienes el capítulo 17 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Texto:

El narrador de una historia es alguien del que muchas veces sólo conocemos la voz. No sabemos cómo va vestido ni qué hace en sus ratos de ocio, sino únicamente qué nos dice. Y hablo de voz (igual que antes he hablado de discurso) porque el lenguaje escrito, como ya dije, tiene mucho de oralidad transformada. Todavía, después de tantísimos siglos, la literatura conserva rasgos de su origen hablado, de las historias contadas alrededor de una hoguera o en la plaza del pueblo, y también del teatro. Así que al lector, cuando lee una novela, le parece estar escuchando un rumor muy característico que le va contando al oído sucesos fascinantes, y a través del cual tiene acceso, con ayuda de su imaginación, al mundo ficticio.

Para que esto ocurra, la voz del narrador ha de pasar inadvertida en lo posible (sobre todo cuando lo que se escribe es una novela), porque si continuamente llama la atención sobre sí misma, el lector se distraerá de la historia que le están contando y fijará su atención en las modulaciones atípicas de la voz, perdiendo el hilo de la narración propiamente dicha. No hay que olvidar que el objetivo del escritor, y por tanto del narrador, es que la historia y los personajes cobren vida en la imaginación del que lee, y eso es imposible si el narrador está gritando «¡Aquí estoy yo!», en una exhibición continua de sus cuerdas vocales. De igual modo, tampoco es conveniente usar una voz monocorde y soporífera que, aunque no se señale a sí misma, tampoco apunte a los hechos que está narrando ni se implique en ellos.

En definitiva, para que la voz del narrador pase inadvertida sin resultar tediosa se tiene que dar una especie de simbiosis entre ésta y los hechos narrados, de modo que acoplada la una a los otros, formen una misma cosa.

Es importantísimo, pues, modular bien la voz del narrador y aprovechar todos los recursos que nos ofrece. Esa modulación va a depender de muchas cosas, como cuál es la historia que se está contando, si el narrador es a la vez uno de los personajes de la historia o alguien ajeno a ella, el bagaje cultural del autor, etc.; así que tendríamos tantos tipos de voces y combinaciones posibles de sus características como historias en el mundo.

Vamos a ver tres de los recursos de que dispone la voz del narrador y que, usados en su justa medida, pueden darle una modulación adecuada: el tono, el volumen y la expresividad.

Capítulo 16: El ritmo del discurso (2/2)


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Texto:

Vamos a ver un ejemplo de ritmo en unos fragmentos de un cuento de Gabriel García Márquez («El avión de la Bella Durmiente»). Dejaos llevar por la melodía maravillosa de la voz del narrador:

Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales de color de las bugamilias. «Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida», pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.

[...]

El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la noche. Cuando por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio, y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de los viajeros expertos. «Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería», pensé. Y apenas si intenté en mi media lengua un saludo indeciso que ella no percibió.

Se instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó tan bien dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano. Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una copa para ofrecérsela a ella, pero me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.

Cuando le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por último bajó la cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a Nueva York.

Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por una azafata cartesiana que trató de despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música. Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que confirmárselo el sobrecargo, y aun así me reprendió porque la bella no se hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.

[...]

Como podéis observar, en este relato de melodía exquisita predominan las frases largas y coordinadas (y, y, y), pues la historia nos transmite una sucesión de acontecimientos, el transcurso de una noche de amor. Esa es la música de fondo de la voz del narrador. No obstante, se cuida bien de introducir de vez en cuando frases cortas que nos espabilan y rompen la letanía como toques de platillos («Me quedé sin aliento», «Fue un viaje intenso»...), así como frases subordinadas en la que los matices se superponen acumulativamente («Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado»). Asimismo, nos encontramos a lo largo del relato con párrafos cortos, de longitud media, y largos.

Por supuesto, el ritmo de la voz del narrador tiene mucho que ver con el estilo del escritor, pero también en buena medida con la historia que nos cuenta, y con la habilidad para evitar la monotonía o la dispersión. En conjunto, los relatos son como una sinfonía, con un ritmo de fondo y variaciones que se van desarrollando en consonancia con el contenido. Son técnicas que el escritor usará, en general, de forma intuitiva, pero que a la hora de revisar habrá de tener en cuenta.

Propuesta de trabajo (una persecución).- ponte en esta situación: vas por la calle una noche, alguien sale de una bocacalle y se pone a perseguirte, tú echas a correr. Se produce una persecución. Narra esa escena.

A continuación, fíjate en el ritmo del discurso. ¿Qué longitud tienen las frases? ¿Cambiaría el ritmo si fueran más cortas o más largas? ¿Cómo crees que se podría mejorar el ritmo de la historia?

Capítulo 15: El ritmo del discurso (1/2)


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Aunque puede parecer que la cuestión del ritmo es más importante en la poesía que en la prosa, no es así. Es verdad que en prosa el ritmo puede ser más libre (más abierto a diferentes combinaciones) que en un poema, pero no menos importante.

El ritmo de la voz del narrador ha de amoldarse a lo que nos está contando. Si el ritmo está descompensado, el lector percibirá cierta somnolencia ante la monotonía de las frases o le entrará tal taquicardia que dejará el texto para hacerse una tila o irse a la cama.

El ritmo vendrá marcado por varios factores. El primero será la longitud de las frases. Las frases largas están muy bien para hablar de sentimientos, por ejemplo, al estilo de Proust, pero no para la novela negra o el discurso publicitario. Actualmente se tiende a acortar las frases porque la vida -y por tanto la realidad escrita- es más acelerada. Vivimos deprisa, queremos saber las cosas rápido, nos pierde la impaciencia. Por otro lado, si el narrador está contando una persecución, más vale que lo haga con frases cortas, concisas, para que el tiempo del discurso no sobrepase con creces al tiempo de la acción; las oraciones cortas dan velocidad al texto. Si lo que nos está relatando, por el contrario, es la contemplación de un paisaje, se podrá recrear en oraciones largas y calmosas. En general (y respetando el estilo propio), conviene ir alternando frases largas y cortas, para evitar la monotonía o el frenesí.

La longitud de los párrafos también influirá en el ritmo del relato. Conviene no cansar al lector con párrafos quilométricos, ni hacerle saltar constantemente de uno a otro. Con todas las excepciones que pueda imponer cada narración, valga como norma general la misma que con las frases: alternar párrafos largos y cortos dará un ritmo variado al texto, como en las sinfonías los tramos lentos y rápidos.

Otro factor que regulará el ritmo es la subordinación o coordinación de las oraciones. La subordinación crea, en general, un efecto acumulativo (las oraciones subordinadas se van acumulando sobre la oración principal, engordándola y cubriéndola de matices significativos). La coordinación, por su parte, proporcionará reiteración (y, y, y; ni, ni, ni) y sucesión de los acontecimientos (Cogí el abrigo y me marché, y ella se quedó allí, y yo creo que todavía estará allí, cubierta ya de telarañas).

Capítulo 14: La visibilidad (2/2)


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John Gardner dice que la narración ha de provocar "un sueño vívido y continuo" en el lector. Leamos sus palabras:

Si el escritor entiende que las historias son ante todo, historias, y que el mérito de las mejores es dar origen a un sueño vívido y continuo, raro será que no se interese por la técnica, ya que la mala técnica es lo que más rompe la continuidad e impide que dicha ilusión se desarrolle. Y no tardará en descubrir que cuando manipula deslealmente lo que escribe -forzando a los personajes a hacer cosas que no harían si se vieran libres de él; introduciendo demasiado simbolismo (con lo que disminuye la fuerza de la narración al quedar excesivamente dirigida al intelecto); o interrumpiendo la acción para moralizar (por importante que sea la verdad que desee predicar); o "inflando" el estilo hasta el punto de que éste destaque más que el más interesante de los personajes-, el escritor, con estas torpezas, estropea su creación.

De modo que cuando el lector deja de visualizar imágenes y acciones para encontrarse con simples palabras una detrás de otra (como en el diccionario) el autor ha fracasado. Al contrario, cuando el escritor consigue mantener al lector en un mundo de imágenes rico y coherente a lo largo de todo el relato, ha triunfado en su objetivo.

Pero demos ahora la vuelta a la tortilla. Para conseguir crear en la mente del lector ese sueño vívido y continuo del que habla Gardner, el autor ha de visualizar antes, de forma detallada y concienzuda, las escenas de su relato. Para ello, ha de acudir a todo el caudal de imágenes -vividas o soñadas- que se almacenan en su cerebro, a las instantáneas captadas en el andén del metro o en la pescadería, a las películas vistas o a los sueños recreados por otros escritores en sus lecturas.

Si vamos un poco más allá, podemos decir que las imágenes son una fuente inagotable de inspiración para el escritor, pues la fuerza descriptiva de lo que nuestros ojos ven hará saltar la chispa de miles de historias encerradas en un ademán, la mirada de un niño o la forma en que el quiosquero se apoya, perezoso, sobre la pila de los periódicos del día. Así que, cuando sintamos la necesidad impostergable de escribir pero nuestra mente aletargada no dé con un tema o una idea de arranque, no tenemos más que acercarnos a la exposición de fotografías más cercana para que nuestro cerebro, ya preparado para ello, empiece a desentrañar las narraciones que envuelven las imágenes que pasen ante nuestros ojos.

Capítulo 13: La visibilidad (1/2)


Aquí tienes el capítulo 13 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Texto:

Si paseamos por el campo con nuestro amigo Pepe, que es biólogo, y nos dice: "Mira, eso es un arce", la imagen de ese árbol que se mece ligeramente con el viento quedará unida para siempre en nuestra mente con la sonoridad del significante que la representa (/arce/), de una forma mucho más potente y útil, sin duda, que si buscamos arce en el diccionario y leemos: "(Del lat. acer, aceris.) m. Bot. Árbol de la familia de las aceráceas, de madera muy dura y generalmente salpicada de manchas a manera de ojos, con ramas opuestas, hojas sencillas, lobuladas o angulosas; flores en corimbo o en racimo, ordinariamente pequeñas, y fruto de dos sámaras unidas".

Palabras e imágenes están, pues, indisolublemente unidas, hasta tal punto que nadie podría poner la mano en el fuego a la hora de afirmar si su pensamiento discurre en palabras o en imágenes. No en balde la figura retórica más usada en literatura es la metáfora, que no consiste sino en la transformación de un concepto (que, por su abstracción o su importancia necesitamos evidenciar) en una imagen que lo representa y al mismo tiempo lo renueva y fortalece. "La metáfora viene a ser la bomba atómica mental", dice Ortega y Gasset, y con ello hace uso a su vez de una metáfora para crear en la mente del lector una imagen que cristalice el término. Mucho más últil para acercarnos el concepto, qué duda cabe, que la definición que nos ofrecen los manuales de retórica: "Figura importantísima (principalmente a partir del barroco) que afecta al nivel léxico-semántico de la lengua y que tradicionalmente solía ser descrita como un tropo de dicción o de palabra (a pesar de que siempre involucra a más de una de ellas) que se presenta como una comparación abreviada y elíptica (sin el verbo)".

Si nuestro amigo del alma nos dice "Estoy fatal", no descansaremos hasta que nos explique con más detalles a qué se refiere. Y hasta que no logremos sacarle algo similar a "Es como si me estuvieran perforando el estómago con un taladro" no estaremos en disposición de consolarle.

De forma que nos movemos constantemente de la palabra a la imagen, de la imagen a la palabra, con una soltura tal que nos resulta difícil tratar a este matrimonio como entes separados. Ni falta que hace, pues si llamas a una se trae a la otra de la mano, y viceversa.

En la próxima lección analizaremos la redacción de John Gardner.

Capítulo 12: Naturalidad. El estilo asertivo


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Texto:

Continuamos hablando de la naturalidad, concretamente del estilo asertivo.

4.Estilo asertivo: el estilo asertivo sería aquél que se apoya casi continuamente en la afirmación, y representa un obstáculo para la naturalidad de la prosa porque las personas no solemos hablar así, mediante escuetas afirmaciones, sino que nuestro discurso está lleno de matices.

En el estilo asertivo se prescinde del todo de la subjetividad y las emociones del emisor, y puede ser apropiado para un informe técnico, una noticia del periódico o cualquier texto en donde prime el valor informativo, pero no para la narrativa.

Veamos el siguiente párrafo:

El mechero escupió una luz azul y amarilla y el cigarrillo comenzó a desvanecerse en una ascendente y fina capa de humo grisáceo. Tras la primera calada me dejé arrastrar por el efímero deleite del sabor amargo de la nicotina y recordé aquella sensación de mareo vertiginoso en espiral que me había producido mi primer pitillo [...] Recorrí con la vista la habitación. Las cosas permanecían en esa eterna mudez que produce miedo. Todo estaba estática y estéticamente preparado: las patas de la silla milimétricamente separadas de las juntas de las baldosas, la soga a un metro sesenta del asiento, las cortinas echadas, el ánimo vencido.

El narrador va afirmando una serie de hechos, y los afirma sin vacilación alguna, sin apenas matices. No hay dudas en su voz, ni reticencias, ni ironía, ni amargura. Ni siquiera escuchamos una voz, sino una enunciación impersonal, casi mecánica. Por expresarlo de algún modo: el narrador no transmite a sus lectores la conciencia viva de estar contando algo.

Vamos a ver, en las antípodas del estilo asertivo, un párrafo de J. D. Salinger, perteneciente a su relato «El periodo azul de Daumier-Smith»:

Mi padre y mi madre se divorciaron durante el invierno de 1928, cuando yo tenía ocho años, y mi madre se casó con Bobby Agadganian a fines de esa primavera. Un año más tarde, en el desastre de Wall Street, Bobby perdió todo lo que tenían él y mamá, excepto, al parecer, una varita mágica. De todos modos, prácticamente de la noche a la mañana, Bobby se transformó de ex agente de Bolsa y vividor incapacitado en un tasador vivaz, si bien algo falto de conocimientos, de una sociedad norteamericana de galerías y museos de arte independiente. Unas semanas más tarde, a principios de 1930, nuestro terceto un poco heterogéneo se trasladó de Nueva York a París, más conveniente para el nuevo trabajo de Bobby. Yo tenía a los diez años un carácter frío, por no decir glacial, y tomé la gran mudanza, por lo que recuerdo, sin ninguna clase de traumas. La mudanza de vuelta a Nueva York, nueve años después, a los tres meses de la muerte de mi madre, fue lo que me alteró, y de un modo terrible.

Si nos fijamos bien, a través de expresiones como «al parecer», «prácticamente», «si bien», «un poco», «por no decir», «por lo que recuerdo» o «de un modo terrible», el protagonista va matizando sus afirmaciones. Decir que un personaje se transforma de la noche a la mañana supondría una aserción rotunda. En cambio, decir que se transforma prácticamente de la noche a la mañana, no sólo resulta mucho más verosímil... sino que indica que el narrador está vivo.

Podríamos decir que el propio narrador no suscribe al cien por cien algunas de sus afirmaciones; que a la vez que cuenta su historia, dialoga con ella y consigo mismo. Estos elementos que hemos señalado se llaman «modalizadores», y su función dentro de un texto escrito consiste justamente en restar peso a los enunciados rotundos. «Tal vez», «casi», «quizá», «algunas veces», «en cierto modo», «algo», «un poco», «en parte», «podría ser», «hasta donde yo sé»... son algunos de los modalizadores más frecuentes; y la diferencia entre las dos frases que veíamos al principio estriba en el uso o la omisión de este tipo de elementos.

Propuesta de trabajo.- Despoja a los párrafos con que se ejemplifica en esta lección el exceso de formalismo, énfasis, retórica y asertividad, traduciéndolos, además, a tu propio estilo y lenguaje. Da igual que varíe en alguna medida el significado; importa, más que nada, lograr dar la vuelta al estilo en el que están escritos.

Capítulo 11: Naturalidad. El estilo enfático


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2.Estilo enfático: por oposición al estilo formal, podríamos decir que el estilo enfático implica una cercanía excesiva entre el autor y sus lectores... El autor enfático más que contar las cosas se las grita al lector en el oído; narra su historia a voces. Aunque en momentos aislados este recurso puede ser de utilidad, tomada como estilo, como rutina expresiva, la escritura hiperbólica es un obstáculo para el aprendizaje.

Podemos observarlo en este párrafo:

Intentaré, si puedo, arreglar mi habitación, que huele a podredumbre. Las sábanas tienen un tacto viscoso, viscosidad repulsiva de lagarto. Al pasar las manos por el cabezal de madera intentando atrapar su frescor, rezuma una baba que me sacude. Mi cuerpo exuda miasmas de agua estancada. Siento asco, y no puedo controlar el vómito que se esparce por el piso. Líquido rosa de mi interior, incontenible, pringoso.

El efecto estilístico de este párrafo resulta abrumador. Se trata de un párrafo bien escrito, pero el asco lo invade todo: la habitación, los objetos que contiene, las sensaciones y las reacciones del personaje. Lo repulsivo queda tan enfatizado en la prosa, que satura al lector hasta hacerse inverosímil.

3.Estilo retórico/poético: el exceso de retórica vuelve ilegibles los textos y el lirismo es fácil que empalague. Sin embargo, esta es otra tendencia que nos amenaza cuando escribimos algo supuestamente literario. El propio Borges, el colmo de la sobriedad, en sus textos primerizos resultaba bastante cargante. Son líricos, retóricos y, en definitiva, artificiales. Veamos un ejemplo de una de sus obras de juventud («El tamaño de mi esperanza»):

Hace ya más de medio siglo que un paisano porteño, jinete de un caballo color de aurora y como engrandecido por el brillo de su apero chapiao, se apeó contra una de las toscas del bajo y vio salir de las leoninas aguas (la adjetivación es tuya, Lugones) a un oscuro jinete llamado solamente Anastasio el Pollo, y que fue tal vez su vecino en el antiyer de ese ayer. Se abrazaron entrambos y el overo rosao del uno se rascó una oreja en la clin del pingo del otro, gesto que fue la selladura y reflejo del abrazo de sus patrones. Los cuales se sentaron en el pasto, al amor del cielo y del río y conversaron sueltamente y el gaucho que salió de las aguas dijo un cuento maravilloso.

Aparte del vocabulario y la ortografía criollistas, el texto tiene tal densidad retórica (metáforas, metonimias, culteranismos, arcaicismos), que la prosa se convierte en un auténtico jeroglífico.

Capítulo 10: Naturalidad. El estilo formal


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Texto:

Un estilo natural es el que surge del vocabulario y del nivel lingüístico de la persona que escribe, y no a través de expresiones y términos prestados. La misma expresión puede resultar natural surgida de un adulto y artificiosa de un niño, porque quizá en el primero se amolda al resto del escrito y en el segundo destaca en el texto como un dromedario en el Congreso de los Diputados.

Vamos a ver a continuación algunos estilos prestados y vicios perniciosos que dificultan que las personas saquemos a la luz la naturalidad de nuestro lenguaje.

Para ello, se resumen a continuación los cuatro estilos a los que suele tender nuestra escritura cuando comenzamos a escribir, y que Ángel Zapata analiza en profundidad en su libro La práctica del relato. Manual de estilo para narradores:

1.Estilo formal: el estilo formal estamos hartos de leerlo. Sería el de los textos administrativos y el de los manuales de instrucciones, el de las actas empresariales y el de los libros de texto. En narrativa, es un recurso que se emplea alguna vez en la literatura del siglo XIX y muy poco en la del XX. Y por regla general lo que garantiza es un aburrimiento mortal del lector. Curiosamente, es un estilo que se nos pega con increíble facilidad, como una especie de pelusa de modorra que le sale a la prosa casi sin poder evitarlo. Sin embargo, más vale ser consciente de cuándo lo estamos usando (nosotros y los demás) y evaluar si es acertado su uso en esa ocasión.

Un ejemplo de escritura narrativa en la que predomina el tono formal podrían ser estos párrafos:

Después de la excitación inicial -lógica en esa situación- nos pusimos a charlar. Al poco rato nos dimos cuenta de que nuestro encuentro no había sido casual. A pesar de que ella tenía muy claras sus intenciones, y así me lo repitió varias veces, aquella tarde nos confesamos mutuamente nuestras penas, y empezó esta relación que ha dado un vuelco a mi vida. [...]

Al cabo de dos o tres encuentros llegué a la conclusión de que ella había decidido borrar de su mente cualquier posibilidad de mantener una relación estable con un hombre. No sé qué experiencias llegó a tener, pero empecé a pensar que no me explicaba con detalle sus relaciones pasadas.

En este fragmento la redacción es clara, y las ideas y los hechos quedan expuestos con nitidez. Y sin embargo falla el tono. Al leer estos párrafos -es cierto- sé lo que ha ocurrido entre los dos protagonistas. En cambio no lo siento ni lo imagino, porque los hechos están contados desde la lejanía anónima que lleva aparejado el tono formal. La historia nos llega con la misma distancia que una carta de cualquier institución.

Capítulo 9: Propuesta de trabajo.Rellenar el discurso


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Texto:

Léete el siguiente fragmento incompleto de Las brujas, de Roald Dahl, y después rellena los huecos en el siguiente texto. Échale imaginación al asunto. A continuación, comprueba que el discurso cumple todas las características que se han visto en este tema y, si no lo hace, enmiéndalo.

Míralas cuidadosamente a los ojos, porque ..........................................

...................................................................................................................................................Mírala en el centro de cada ojo, donde normalmente hay .............................. Si es una bruja, el ....................... cambiará de color, y verás ............ o verás ................. bailando justo en el centro de ese punto. Te darán escalofríos por todo el cuerpo.

En realidad, las brujas no son ............ Parecen ............ Hablan como las ............ Y pueden actuar como las ............ Pero, de hecho, son seres completamente diferentes. Son ...............................................................

............. Por eso tienen garras y ............................................ y ............................. y ...................................., todo lo cual tienen que disimular lo mejor que pueden delante de...............................

Nunca puedes estar absolutamente seguro de si una mujer es .....................

sólo con mirarla. Pero si lleva guantes, si tiene .........................................., los ojos .......................... y su pelo ......................................, y, si, además, sus dientes ................................. si tiene todas esas cosas, entonces, ................................................

Capítulo 8: Características del discurso


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Texto:

A continuación vamos a ver brevemente algunas de las características que ha de cumplir el discurso para que resulte claro para el lector:

Totalidad: hay que tener en cuenta que cada palabra, cada frase, cada párrafo de un texto va a estar en función del resto y, así como no podemos hacer gran cosa con un solo ladrillo si no lo juntamos con otros para construir una casa, un párrafo dentro de un escrito (por muy afortunado que sea) sólo nos dirá algo en función de los demás. Esto quiere decir que quien escribe, a la hora de incluir o desechar una palabra o una expresión ha de tener en cuenta las anteriores, pues no se pueden entender de forma aislada, sino que es precisamente la red de conexiones entre ellas la que aportará el significado al texto.

Comprensibilidad: otra de las características que marca al discurso es que va dirigido a un lector, por lo que forma parte de un acto de comunicación. Y eso debe reflejarse en la forma del texto. El que redacta desea plasmar por escrito aquello en lo que quiere hacerse entender. El discurso ha de ser, por su misma esencia, comprensible. Tener en la mente que aquello que estamos escribiendo tiene un destinatario (sea del tipo que sea) siempre ayudará a poner los ladrillos del discurso. Y tener al otro lado de nuestras líneas a alguien con capacidad de análisis y comprensión (limitadas, eso sí: ningún lector es adivino) pondrá frenos a nuestro discurso, pero también le ofrecerá múltiples posibilidades.

Lenguaje escrito: no es lo mismo contarle algo a alguien en una cafetería que escribir. Otra de las características de las que no se escapará el discurso es su calidad de lenguaje escrito. Hay que saber utilizar, sin embargo, las estrategias que sólo la escritura ofrece, y que llevarán a que un texto pueda resultar más claro y convincente aún que si se tratara el tema en charla espontánea.

Hay que tener también en cuenta que el tiempo siempre actúa en favor del escritor. Cuanto más tiempo se le dedique a ordenar y clarificar un escrito, más éxito tendrá cuando sea leído. El lector no sabe que uno se ha pasado horas y horas tachando y rescribiendo, sino que aquello le parece salido de la chistera de un mago, porque el tiempo que él tarda en leerlo no es proporcional al tiempo que uno puede dedicar a pulirlo.

Continuidad: la última característica del discurso que me interesa señalar aquí es su forma continua. Así como un cuadro lo podemos abarcar en un solo golpe de vista, y el pintor tiene eso en cuenta a la hora de utilizar los recursos pictóricos, un texto exige un avance. En un escrito, sin embargo, el avance es desde la primera línea hasta la última. Por tanto, el escritor ha de tener en cuenta, a la hora de construir su discurso, que el lector sólo tendrá la concepción final de totalidad cuando haya terminado de leer el texto, y que hasta ese momento ha de ser guiado y motivado a lo largo de los párrafos, de forma que en cualquier momento tenga una idea más o menos clara de lo que ha leído hasta ese instante y a la vez esté interesado en continuar.

Capítulo 7: La claridad en la escritura


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Texto:

Para alcanzar la claridad en un escrito nos ayudará, en primer lugar, la concisión. Un estilo conciso será aquel que se esmere en utilizar el menor número de palabras para expresar una idea con la mayor exactitud posible. Concisión implica densidad (y no brevedad), y lo contrario sería la vaguedad, la imprecisión, el exceso de palabras y de retórica.

Otra cuestión importante para alcanzar la claridad es la oralidad de la escritura. Un truco que viene bien a la hora de escribir es imaginarse que se tiene al lector delante, e intentar acoplar los aspectos del lenguaje no verbal (una mirada afable, un golpecito afectuoso, un gesto de advertencia, una sacudida de manos...) al discurso por medio de las palabras, del tono, del contenido. Hemos de tener presente que el lenguaje escrito se debe aproximar bastante -más de lo que pensamos- al lenguaje oral.

Otra de las cualidades que ayudarán a que un escrito sea claro: la simplicidad. Algo, de nuevo, que parece fácil de conseguir, y que sin embargo se convierte en una ardua tarea cuando nos han enseñado toda la vida a lo contrario: a complicar las cosas. Lo que ocurre en verdad, es que un buen científico, un buen filósofo, un buen economista o un buen juez no tienen por qué ser necesariamente buenos redactores o buenos escritores; es más, raramente se da ese caso. Ahora bien, cuando coinciden en una persona las dos aptitudes, el contenido de lo que escriba será mucho más asimilable para cualquier lector, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Esa falta de aptitud (y de ingenio) para la escritura de muchas de las personas que han escrito y escriben (en el campo científico, lingüístico, didáctico, empresarial o periodístico) ha sido claramente nocivo para toda persona que desea expresarse por escrito lo mejor posible, pues si hemos leído mucho de quienes escribían bien, también llevamos el lastre de los que lo hacían mal, por medio de complejas abstracciones difíciles de descifrar, y que son los que han propiciado el tópico -que permanece en el inconsciente colectivo- de que cuanto más confuso y retorcido es un texto, mayor profundidad tiene y mejor escrito está.

Capítulo 6: Propuesta de trabajo (3/3). Las palabras mágicas


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Texto:

Escribid una lista de sustantivos concretos larga (unos treinta o así). No penséis, escribid rápido, dejaos llevar por las asociaciones libres, por la sonoridad... Sustantivos que os gusten o que os disgusten... Palabras.

A continuación, coged la primera y la última y escribidlas en un folio aparte. ¿Qué sale?, ¿hormiga y puré?, ¿isla y rascacielos? Es lo mismo, vuestras palabras han chocado y ya contienen una historia, son el embrión de una historia, un microcuento que tenéis que escribir contrarreloj, en un cuarto de hora. Escribid lo que os salga, sin agobios. Lo importante no es ahora bordar la técnica sino dejar que salga la historia que vuestras dos palabras mágicas os están gritando y sólo tenéis que escuchar.

Capítulo 5: Propuesta de trabajo (2/3)


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Texto:

Continuamos con la siguiente propuesta de trabajo.

2.Las palabras

A diferencia de otras artes o ciencias, la escritura se vale de unos elementos (las palabras) a los que estamos familiarizados desde que somos niños. Casi se podría decir que el ser humano empieza a tener conciencia del mundo cuando aprende a hablar y es capaz de traducir ese mundo en palabras. No ocurre lo mismo con la pintura ni con la música ni con las matemáticas ni con la estadística, a las que llegamos de una forma más racional y premeditada. Y esta particularidad del lenguaje escrito viene a ser, más que una ventaja, un estorbo que en muchos casos nos impide verlo con claridad: lo tenemos demasiado cerca.

La persona aprende a hablar, y cuando dice «mamá», «hambre», «silla» o «sueño», esas palabras están tan íntimamente ligadas a la realidad a la que señalan que ambas cosas se convierten en la misma. De mayores, nos sigue ocurriendo lo mismo: el lenguaje se va complicando a medida que nuestra realidad se complica, y nos es difícil separar el uno de la otra.

Quizá esa es la razón por la que no hay quien no haya escrito un diario de pequeño, o una poesía en la adolescencia, mientras que es más difícil encontrar niños que compongan música o pinten cuadros al óleo. Eso está reservado a los artistas, mientras que el lenguaje es de todos. También por eso se consideraba inútil hasta hace poco enseñar a escribir: al fin y al cabo, cualquiera puede hacerlo, ya que las palabras son un bien colectivo de uso frecuente (como los champús).

Lo primero que aprende el verdadero escritor es a desarmar ese lenguaje con el que se lleva lavando el pelo todos los días desde los tres años, a darse cuenta de que esas asociaciones entre las palabras y las distintas realidades que se dan por supuestas no son más que el fruto de una convención de los seres humanos para poder entenderse. ¿Qué pasa si a la silla la llamo gato y digo «Me voy a sentar un ratito en el gato, que estoy cansada»? La primera reacción será de sorpresa, luego os entrará la risa y por último pensaréis que me he vuelto loca. Bueno, pero pensadlo un poquito más: ¿no os plantearéis también por qué a la silla la llamamos silla y al gato, gato?

Sacar las palabras de su contexto, pesarlas en nuestras manos, lanzarlas contra otras realidades, hacer que choquen entre sí... ¿no nos puede acaso hacer ver con mayor claridad (como si lo viéramos por primera vez) el mundo?

Esa es la labor del escritor, y llamar a la silla gato no es más que una metáfora, y la sorpresa o la risa es justo lo que se pretende provocar (en cualquier caso, una reacción). «Érase una vez un hombre que se sentaba en cualquier silla que veía...»: ese difícilmente podrá ser el principio de un buen cuento. «Érase una vez un hombre que se sentaba en cualquier gato que veía...»: ese sí.

Así pues, lo primero que haremos para ver las cualidades interiores del lenguaje será desmenuzar su esencia arbitraria y convencional. Las lenguas románicas provienen del latín, aunque en general se han perdido los casos (o las desinencias que indican la función que cumple la palabra en la oración); no obstante, en algunas de esas lenguas, como el español, se conserva el género (terminación en -a para el femenino y en -o para el masculino; el neutro se perdió); otras, como el inglés, no tienen género. Esto nos puede parecer incomprensible a nosotros, que estamos acostumbrados a saber inmediatamente si nos están hablando de «ella» o de «él» y a discutir sobre el lenguaje políticamente correcto; y sin embargo entre ellos parece que se entienden. Los chinos, por otro lado, usan ideogramas para comunicarse: el significado que nosotros damos a la palabra árbol ellos lo representan con un dibujito esquemático de un árbol, con ramas y raíces; el de sol con un rectángulo y una línea semiatravesada; para representar el punto cardinal Este, ellos superponen el ideograma del sol al del árbol, lo cual vendría a significar el sol entre las ramas del árbol, como al amanecer, es decir, saliendo por el Este. Todos -chinos, españoles, ingleses o rusos- estamos intentando representar la realidad para poder entendernos, pero cuántas formas diferentes (e incomprensibles para quien las mira desde fuera) hay de hacerlo...

Hay una distinción que resulta importante para cualquiera que se ponga a escribir, y es la que hay entre significado y significante. Seguro que esto os suena a la EGB, a las clases de lengua. El significante corresponde, en efecto, a la palabra que designa el objeto (silla en español, chair en inglés, stul en ruso...), con sus letras latinas o cirílicas, fonemas, morfemas, lexemas, desinencias, dibujitos o jeroglíficos. El significado sería el concepto al que se refiere el significante, similar en cualquier idioma: «mueble consistente en un asiento con respaldo y normalmente sin brazos, para una sola persona».

Bien, pues saber que la relación entre significado y significante es arbitraria, y no necesaria, nos va a abrir puertas sin límite a la hora de escribir. Podemos coger una palabra y fijarnos sólo en su significante (olvidándonos del objeto al que señala), es decir, en su sonoridad, su textura, el color que nos sugiere, su ronroneo, su fealdad o belleza; podemos ponerle cara, echarla a andar (¿a dónde irá esa palabra?; ¿a la discoteca?; ¿al supermercado?), ubicarla en un lugar de nuestra casa...

Así pues, diseccionar las palabras, sacarlas de su entorno consabido, mirarlas con ojos inocentes, aprender a tratarlas como algo propio (y no como un material usado y desgastado por el resto de los mortales), nos va a servir para escribir mejor, y para sacar relaciones inauditas entre unas y otras.

Capítulo 4: Propuesta de trabajo (1/3)


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Texto:

Vamos a hablar de una propuesta de trabajo, una anécdota.

Escribe por medio de acciones algo cotidiano que te haya ocurrido ayer mismo, en no más de un folio. Vale cualquier cosa: una charla con unos amigos en un bar, la compra en el mercado, una visita al médico... ¿Ya? Ahora, contesta a las siguientes preguntas:

1. ¿Quién es el narrador de la historia? ¿Sabrías definir la palabra "narrador"?

2. ¿Quiénes son los personajes?

3. ¿Quién es el/la protagonista de la acción?

4. ¿El lenguaje usado para contar la anécdota suena natural? ¿Por qué?

5. Intenta ponerte en la piel de un lector ajeno. ¿Crees que se entretendría con el texto? ¿Por qué?

Capítulo 3: Los utensilios del escritor. Herramientas físicas


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Continuamos hablando de los utensilios del escritor. En esta ocasión de las herramientas físicas.

Herramientas físicas.- Por último, y para terminar de abarrotar nuestra mesa de trabajo, no hay que olvidar esos objetos y situaciones que propiciarán nuestra escritura y nos ayudarán a desarrollarla. A saber:

-Un espacio de trabajo silencioso y, a ser posible, solitario. Si nuestro marido o nuestros hijos andan mirando cada cinco minutos por encima de nuestro hombro, difícilmente podremos desinhibirnos lo suficiente para escribir buena literatura.

-Una serie de diccionarios prestos a consultarse ante cualquier duda. Aquellos que serán de especial utilidad al escritor son: un diccionario ideológico, un diccionario de sinónimos y antónimos, un buen diccionario de uso y el de la RAE.

-Material diverso de consulta. La documentación para un relato o novela puede salir de los más variados lugares. Nunca viene mal al escritor guardar todos aquellos papelitos, periódicos, recortes, diarios, libretas... que le llamen la atención o haya ido escribiendo.

-Internet. Otra herramienta tremendamente útil para quien escribe es Internet. Por medio de los buscadores se puede acceder desde a la expresión correcta de un nombre extranjero hasta a información sobre casi cualquier tema; desde a la solución de dudas lingüísticas hasta a citas o distintos registros del lenguaje.

En fin, aunque se supone que uno puede escribir en cualquier situación, sólo con disponer de un bolígrafo y un papel, la realidad es que el proceso de creación -si se desea que el producto final sea bueno- precisa la utilización de una serie de herramientas que apoyarán al talento, los conocimientos, la imaginación y la inteligencia del escritor.

Capítulo 2: Los utensilios del escritor. Herramientas temáticas


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En este e-mail veremos las herramientas temáticas dentro de los utensilios del escritor.

Herramientas temáticas.- Aunque se suele decir que temas hay miles, la realidad es que las posibilidades son bastante limitadas. Las herramientas temáticas que hemos de tener desplegadas a la hora de contar una historia se reducen, de hecho, a dos: el mundo exterior y el mundo interior.

Búsqueda exterior; búsqueda interior. Observaremos en la vida diaria a las personas que nos rodean, reteniendo e interpretando sus actos, adivinando sentimientos, deduciendo inclinaciones... Atenderemos también, volviendo los ojos hacia nuestro interior, a todo lo que hemos vivido, amado, resucitaremos caras ya olvidadas, el roce del sol en la primavera del 82, la tienda de chucherías frente a la que tanto pataleamos por una gominola de fresa...

No hemos de olvidar, sin embargo, que lo que pretendemos es contar historias, así que la observación ha de ser selectiva, y no una búsqueda ciega e inabarcable. Debemos escoger sólo aquello que sirva a nuestras narraciones.

Tanto lo que observemos en el mundo como lo que encontremos en el baúl de nuestra memoria, hay que cribarlo con mentalidad artística. No vale la pena plasmarlo tal cual. Hemos de recrearlo, revivirlo y transformarlo, construir con todo ello algo nuevo.

Capítulo 1: Los utensilios del escritor. Herramientas técnicas


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Vamos a ver una serie de herramientas imprescindibles que el escritor ha de tener sobre la mesa de trabajo. Escogeremos unas u otras dependiendo del momento del proceso de creación, pero siempre las hemos de tener desplegadas, preparadas para su uso inmediato. Y, si alguna vez surge el bloqueo, habrá que volver sobre ellas, verificar qué pieza se ha atascado, limpiarla o cambiarla por otra nuevecita... y volver a empezar.

Herramientas técnicas.-

-Recursos narrativos: a lo largo de las próximas lecciones iremos viendo muchos de estos recursos, como el punto de vista del narrador, el personaje, el diálogo, etcétera. Es fundamental que el escritor los maneje con soltura, pues son los elementos que le permitirán dar forma -la más precisa y adecuada- a sus historias. Un punto de vista equivocado puede dar al traste con el mejor argumento y la omisión de un diálogo empobrecerá la escena más colorida.

No obstante, no hay que obsesionarse con las técnicas narrativas. Cuando uno empieza a conocerlas, se sorprende al descubrir un cúmulo de engranajes y cuadros de mando donde antes sólo veía palabras e historias que le aburrían o le divertían, que le enseñaban o le entretenían. No se puede estar pensando en las herramientas narrativas mientras uno escribe, porque el proceso de la escritura requiere otra parte del cerebro: la creativa, la loca, la que es capaz de propiciar la asociación libre de ideas y un ritmo fluido. Pero estudiar este tipo de técnicas (la mayoría de las cuales se suelen aplicar, por otra parte, de modo intuitivo) servirá, por un lado, para que su asimilación sea más rápida. Pero, sobre todo, habréis de acudir a ellas en el proceso de revisión. En ese momento nuestro cerebro analítico y racional ha de estar funcionando a todo gas, y será entonces cuando podamos aplicar este u otro recurso a las partes más flojas, y decidir si las técnicas usadas en cada momento son las que dan el mejor resultado.

-Recursos estilísticos: recursos estilísticos serían la empatía, el tono, la naturalidad, etc. No hay que andar pensando en estas herramientas mientras escribimos, pero deben permanecer desplegadas junto al papel, para usarlas en el momento de la corrección.

El modo en que usamos el lenguaje, la elección de un adjetivo u otro, el ritmo del discurso, la calidez y la sonoridad de las palabras son elementos que marcarán de forma decisiva la historia que contemos.

Curso de escritura creativa. Presentación del curso


Este es un curso muy jugoso con la friolera cantidad de 35 capítulos. Pero muy recomendable. Muy recomendable.

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Texto:

Aprender a escribir es algo fácil y sencillo que se complica en el momento en el que queremos ser más creativos. Mailxmail.com y el centro educativo "Escuela de escritores" quieren ayudarte a mejorar tus técnicas de redacción con este curso gratis de escritura creativa. Cada cuatro o cinco lecciones encontrarás ejercicios prácticos.

Capítulo 10: Aprender a escribir bien. Orientaciones


Aquí tienes el capítulo 10 de 10 del curso "Redacción. La escritura y sus técnicas".

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Texto:

Cada escrito en particular tiene sus propias características que distinguen unos de otros: no es lo mismo escribir una carta familiar que escribir un informe, una carta, o responder una evaluación, cada una tiene exigencias diferentes a las de una monografía o tesis de grado.
Se ha tratado de ser cuidadoso en relación a las "normas" para una buena escritura, que si bien son importantes no se debe recargar el lector, no obstante se presentarán, algunos requisitos indispensables para una buena redacción:

1.- Organización de las ideas. Es necesario organizar las ideas para que desarrolle el contenido del texto en una introducción, el desarrollo y las conclusiones, todo escrito, independientemente del objetivo que se pretenda alcanzar, debe integrarse con expresiones diáfanas y puras que faciliten la comprensión y anime al lector a continuar con la lectura hasta el final.

2.- Selección de las palabras y orden de las frases. Para cumplir con esta función, el redactor debe mantener la preocupación de seleccionar las palabras claras, puras, además de ordenarlas funcionalmente, de acuerdo a la misión que en cada parte ha de cumplir (principio. medio, fin), pues el orden contribuye a la claridad en la expresión.

3.- Claridad y orden. Son dos aspectos esenciales en la construcción de la frase. La ausencia de alguno de ellos, impide que la carta, informe o cualquier documento cumplan con su objetivo. La claridad, aunque parece ser consecuencia de la brevedad, es la presentación de la idea completa acompañada de todos los detalles, importantes, para una cabal comprensión.

Algunos consejos o recomendaciones.

Estructure cada párrafo sobre la base de una idea principal que le proporcione unidad de pensamiento; enriquezca su vocabulario; conozca perfectamente el asunto por tratar; evite el uso de palabras redundantes, cacofonías y barbarismos; evite frases ambiguas; nunca mezcle varias ideas o temas en un mismo párrafo; cuide la estructura sintáctica, o la lógico-psicológica de sus oraciones y deles sentido completo. Quien maneje bien estas dos últimas recomendaciones será claro en la expresión de sus ideas, ordenado en sus planteamientos y todo receptor-destinatario-lector lo leerá con atención e interés.

Capítulo 9: El párrafo. Redacción administrativa


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Texto:

La redacción administrativa tiene los mismos requisitos que la redacción general, así se encuentra que un párrafo administrativo debe reunir cualidades como. Claridad, brevedad, naturalidad y corrección.

Claridad: Incluye precisión en el vocabulario, lo cual implica buscar el término exacto, apropiado para expresar una idea. La falta de claridad conduce a:

Uso de palabras o expresiones imprecisas, la construcción sintáctica incorrecta, construcción de párrafos muy extensos, imprecisos y oscuros, empleo de palabras desconocidas por el lector, y uso indebido de signos de puntuación.

Brevedad. En la redacción moderna se prefiere usar en la expresión de las ideas las oraciones y párrafos cortos, lo cual facilita la expresión.

Naturalidad. En los textos administrativos se recomienda un estilo natural espontáneo, en el que se descarta el uso de palabras rebuscadas, ceremoniosas.
Corrección gramatical. Las ideas que se transmiten deben expresarse con giros propios de la lengua.

RECUERDE. Evitar en la redacción administrativa:

La repetición de texto conocido, abuso de signos de puntuación, palabras mal empleadas, mensaje negativo, omisión de datos, mensaje abultado y dos ideas principales en un mismo párrafo, al contrario procure:

Un orden estructural lógico, desarrollo de una idea por párrafo, buena imagen de la institución, tacto en los términos empleados, modernismo en la expresión.

Es importante que se tenga presente que no se debe sobreabundar en palabras, pues esto no le da más fuerza a la expresión, ni la hace más convincente, no sirve para ampliar ideas breves, ni para cubrir la falta de pensamiento. Sólo contribuye a crear confusión en el lector.

Capítulo 8: Escritura y redacción. El párrafo


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Texto:

El párrafo. Unidad de escritura delimitada por el punto y aparte. También se puede definir como una unidad de pensamiento en el conjunto de un escrito. Se ha dicho como expresión de esta realidad, "un párrafo para cada idea y una idea para cada párrafo". Si cada idea debe tener como vehículo una oración principal, separada de la siguiente por un punto y seguido, un párrafo puede contener varias oraciones principales, pero no debe dar cabida a muchas ideas, si éstas requieren ser presentadas separadamente. Asimismo debe tener una extensión de 6 a 8 líneas, pueden variar, pero es lo deseable.

Características

Diferenciación. Una idea distinta en cada párrafo.

Extensión. Como ya se apuntó es variable, dependerá de la naturaleza del escrito, el estilo y el propósito.

Integración. Se conforma por un enunciado principal y por enunciados secundarios.

Ordenación. Tiene una ordenación interna donde debe prevalecer la unidad en cada párrafo y una ordenación externa referida a la coherencia y secuencia entre los párrafos. Ejemplo:

1.- Una de las palabras más típicas de venezuela es papelón, nombre de la meladura de la caña de azúcar, cuajada en forma crónica. Aunque la Academia la regitarse como voz de América meridional, creemos que no se conoce fuera de Venezuela. Y ni siquiera es de todo el país, sino fundamentalmente de la región central y occidental, con tendencia creciente a penetrar en otras regiones y a desplazar a la panela cuadrilonga. Por el Occidente domina casi todo el territorio de Lara; hacia el sur, casi todo el Guárico (en Cazorla se sigue haciendo la panela); en los lanos de Barinas se empieza a llamar papelón a la panela.

Angel Rosenblat: Buenas y Malas Palabras. II. Ed. Mediterráneo, Madrid, 1969, pp 10.

Capítulo 7: Problemas de construcción escrita. La Frase


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Texto:

Para lograr una expresión correcta, es indispensable aplicar la máxima atención a los elementos que integran el escrito. Un escrito, independientemente de su intención está estructurado por párrafos y éstos por frases y oraciones, de allí que se hace necesario conocer la estructura de éstos. En todo lo que se escribe la buena redacción de los párrafos conduce a la correcta expresión, que es el objetivo esencial de quien pretende persuadir a través de la palabra escrita.

De lo antes expuesto se deduce que el párrafo constituye el elemento básico de todo documento; porque además de integrarlo, sólo puede contener una idea distinta, o un aspecto distinto de la misma idea. Asimismo, en todo escrito sólo hay unidad en el propósito cuando en él se trata, hasta su total integración, un asunto o pensamiento generador.

Para que el párrafo sustente la unidad que se exige es necesario que ls oraciones que lo integran estén correctamente estructuradas.

Problemas de Construcción.

Frase desordenada: Presenta separados elementos que deben ir próximos. Ejemplo: Juan miraba al enorme perro que inca detrás de su dueño con la boca abierta.

Relativos males colocados: El relativo no va después del antecedente que le corresponde, sino con otro. Ejemplo: Vivimos en una casa, cuya casa tenía un tejado rojo.

Modificativos males colocados: Adverbios o expresiones adverbiales alejadas del elemento que modifican. Ejemplo: El pescador contempló se barca averiada, calladamente, después se fue silenciosamente.

Estos problemas conducen a la construcción de frases mal ligadas, sin unidad de propósito, construcciones elípticas, formas incorrectas como: solecismos de pronombres, preposiciones, anfibología, cacofonía, entre otros.

Capítulo 6: Redacción. Pensar y escribir


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Texto:

Aunque la mayoría de las palabras nos sirven para comunicar algo específico, no acostumbramos a expresar nuestras ideas con vocablos aislados, sino a través de conjuntos, como los enunciados. Ejemplo: El párrafo es una unidad de pensamiento en el conjunto de un escrito. Se ha dicho como expresión de esta realidad. "un párrafo para cada idea..."

Todos pensamos y sentimos distinto, de acuerdo a nuestro carácter, educación, edad, experiencia y circunstancias que nos rodean. Por lo mismo nos expresamos de manera diferente. Para que los demás entiendan con exactitud lo que pensamos y queremos comunicar, es necesario aprender a estructurar adecuadamente nuestras ideas, pensar con claridad, ordenar nuestros pensamientos y cuidar la forma de expresión.

Pasos para redactar

Ya sea un párrafo pequeño o un escrito extenso, los pasos a seguir en la redacción son los mismos:

1.- Selección del tema. si quieres escribir bien, no improvises. Así pues define primero la idea sobre lo que vas a escribir y una vez que lo tengas claro empieza a trabajar en ello.

2.- Búsqueda de información. Recopila la información necesaria para documentarte sobre el tema seleccionado.

3.- Elaboración de un bosquejo Una vez que tienes la información, prepara un plan: Determina la idea principal, lo cual dependerá del objetivo, de la cantidad de información y de tus intereses. Selecciona la idea más significativa. Expresa las ideas de manera clara. Establece el orden en que vas a desarrollar el tema, es decir fíjate el plan (Cuáles ideas irán al principio, en el medio y el fin o conclusión)

4.- Redacción de un borrador, es importante escribir un borrador, de manera que puedas tachar, corregir a fin de mejorar el escrito:
- Redacta de acuerdo a tu bosquejo
- Utiliza palabras de enlace como: por ejemplo, así como, vale la pena aclarar, en otras palabras, es decir, hay que recordar...
- Lee atentamente, revisa tus ideas, corrige palabras mal empleadas, elimina términos redundantes, cancela enunciados en los que tengas ideas ya expresadas.

5.- Redacción definitiva. Una vez corregido todo, vocabulario, ortografía, gramática, orden de las ideas, procede a escribir el trabajo definitivo.

Capítulo 5: Redacción moderna. Cualidades


Aquí tienes el capítulo 5 de 10 del curso "Redacción. La escritura y sus técnicas".

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Texto:

Cualidades que debe reunir una buena redacción.

Cualquier persona interesada en el arte de redactar debe poner sumo interés para que sus escritos reúnan cualidades que den calidad a los mismos. Dentro de estas cualidades tenemos:

Claridad. Se dice que un escrito es claro cuando es fácilmente comprensible para el mayor número de lectores. La claridad se logra procurando no emplear términos, vocablos confusos, tecnicismos que se presten a presentar dudas en el lector. Por pequeño que sea el escrito, el redactor debe preocuparse por que sea comprensible y para ello nada mejor que seleccionar las palabras que tengan un sentido exacto de lo que quiere decirse. Debe cuidarse la claridad lexical, fraseológica y estructural.

Concisión. Enfoque directo del asunto a tratar, sin ambages ni rodeos inútiles. Como equivalente de brevedad, impide la redundancia, ya que el redactor emplea las palabras necesarias con las que facilita la inmediata comprensión al lector: Actualmente se prefiere la economía y la funcionalidad en todos los órdenes de la actividad humana. Cuando se logra la concisión y exactitud en la frase, se es generoso en sentido; el redactor logra más rápido la atención del lector.

Sencillez. Se refiere al escrito sin afectación ni formalismos. Como característica de llaneza, la sencillez imprime a la redacción un tono de veracidad expresiva que la hace efectiva y atractiva.

Adecuación. Es adaptar el escrito a la comprensión del lector. Es decir el redactor no debe dirigirse a todos de la misma manera, el lenguaje debe adaptarse al lector-destinatario.al tema y a la situación en la cual se produce la comunicación. Para cada caso hay que adecuar el lenguaje al destinatario, para un informe, una nota de prensa, una carta familiar... sin duda se requiere de una redacción distinta para cada caso, ello conduce a que el destinatario capte de inmediato su atención.

Originalidad. Se dice que es el sello que refleja la personalidad del autor. Como determinante de la personalidad creativa, significa que el redactor debe crear formas propias de pensamiento, a fin de evitar la rutina en el escrito. Al escrito hay que imponerle estilo y fuerza expresiva, en consecuencia deben eliminarse las fórmulas tradicionales.

Ordenación. Se refiere al orden funcional de las distintas partes del escrito, como factor de la claridad, obliga a que los elementos que conforman un escrito (principio, medio y fin) se ordenen en forma lógica y cronológica y no al azar, ya que cada una de esas partes tiene una misión que cumplir, según el tipo de documento. Si se quiere llevar al lector hasta el fin del documento el comienzo ha de ser interesante, motivador, pero mantener esa atención durante el desarrollo del mismo para que se logre la efectividad se cumpla con su cometido.

Interés: Es el estímulo que se presenta al lector para que avance en la lectura del documento. Constituye el vehículo que maneja el redactor para llevar al lector hasta el final del escrito, sin que pierda la atención en el contenido de cada párrafo.

Actualidad. Se refiere al enfoque que debe darse a la redacción, un enfoque moderno del tema, lejos de palabras y fórmulas estereotipadas, debe usarse un lenguaje moderno con agilidad y vigencia en los aspectos de redacción.