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Cortesía de Norda la Kéndera

sábado, 16 de enero de 2010

Capítulo 11: Naturalidad. El estilo enfático


Aquí tienes el capítulo 11 de 35 del curso "Curso de escritura creativa".

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Enlace:

http://www.mailxmail.com/curso-escritura-creativa/naturalidad-estilo-enfatico

Texto:

2.Estilo enfático: por oposición al estilo formal, podríamos decir que el estilo enfático implica una cercanía excesiva entre el autor y sus lectores... El autor enfático más que contar las cosas se las grita al lector en el oído; narra su historia a voces. Aunque en momentos aislados este recurso puede ser de utilidad, tomada como estilo, como rutina expresiva, la escritura hiperbólica es un obstáculo para el aprendizaje.

Podemos observarlo en este párrafo:

Intentaré, si puedo, arreglar mi habitación, que huele a podredumbre. Las sábanas tienen un tacto viscoso, viscosidad repulsiva de lagarto. Al pasar las manos por el cabezal de madera intentando atrapar su frescor, rezuma una baba que me sacude. Mi cuerpo exuda miasmas de agua estancada. Siento asco, y no puedo controlar el vómito que se esparce por el piso. Líquido rosa de mi interior, incontenible, pringoso.

El efecto estilístico de este párrafo resulta abrumador. Se trata de un párrafo bien escrito, pero el asco lo invade todo: la habitación, los objetos que contiene, las sensaciones y las reacciones del personaje. Lo repulsivo queda tan enfatizado en la prosa, que satura al lector hasta hacerse inverosímil.

3.Estilo retórico/poético: el exceso de retórica vuelve ilegibles los textos y el lirismo es fácil que empalague. Sin embargo, esta es otra tendencia que nos amenaza cuando escribimos algo supuestamente literario. El propio Borges, el colmo de la sobriedad, en sus textos primerizos resultaba bastante cargante. Son líricos, retóricos y, en definitiva, artificiales. Veamos un ejemplo de una de sus obras de juventud («El tamaño de mi esperanza»):

Hace ya más de medio siglo que un paisano porteño, jinete de un caballo color de aurora y como engrandecido por el brillo de su apero chapiao, se apeó contra una de las toscas del bajo y vio salir de las leoninas aguas (la adjetivación es tuya, Lugones) a un oscuro jinete llamado solamente Anastasio el Pollo, y que fue tal vez su vecino en el antiyer de ese ayer. Se abrazaron entrambos y el overo rosao del uno se rascó una oreja en la clin del pingo del otro, gesto que fue la selladura y reflejo del abrazo de sus patrones. Los cuales se sentaron en el pasto, al amor del cielo y del río y conversaron sueltamente y el gaucho que salió de las aguas dijo un cuento maravilloso.

Aparte del vocabulario y la ortografía criollistas, el texto tiene tal densidad retórica (metáforas, metonimias, culteranismos, arcaicismos), que la prosa se convierte en un auténtico jeroglífico.

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